Entre todo este batiburrillo, ahora el Parlamento Europeo ha propuesto el etiquetado de alimentos obtenidos a partir de animales criados con piensos transgénicos. Muy bien, más etiquetas que, en este caso, no discriminan, ya que todos los animales, salvo los criados en ecológico, se alimentan con piensos transgénicos; estos sí, etiquetados como tal. También se estudia poner otra etiqueta que refleje el nivel de cumplimiento de los requisitos de bienestar animal, con diferencias entre los más y menos comprometidos con esta norma. Por supuesto, están los certificados de los Consejos Reguladores de Agricultura Ecológica, o la más que desconocida agricultura integrada, obligatoria en todo el agro europeo a partir de 2014. Todavía me dejo muchos.
Una inmensa mayoría de los lectores no conocerá las diferencias y características de una buena parte de estos ejemplos, lo que en sí mismo muestra la ineficacia en la planificación y gestión de una política de calidad y claridad alimentaria, con objetivos claros y deseables. ¿O será que no hay planificación y se funciona con arreones?
Por ahora, las etiquetas son cada vez más numerosas, más llenas de contenido; tanto, que ya casi no se ven los alimentos. En otros casos es un microetiquetado imposible de leer. ¿Es necesario que el consumidor reciba tanta información?, ¿es necesaria tanta tipología? Sí a la trazabilidad y a la información básica. Para quien quiera saber más, están los lectores digitales y otras aplicaciones de las nuevas tecnologías. Al resto, que nos dejen disfrutar de algo tan agradable como el comer y sus prolegómenos, sin padecer una crisis de micro literatura terminológica, difícil de digerir.