viernes, 27 de febrero de 2009

BIENESTAR DE ETIQUETA


En numerosas ocasiones Bruselas responde a presiones de un ecologismo extremo, antieconómico y, en algunos casos, de dudoso valor ambiental. Sin duda, no son los casos más frecuentes, ya que existe el ecologismo sensato, pero sí los más llamativos. Similar es el caso del bienestar animal, más en concreto en lo relativo al sacrificio. Hay ejemplos insólitos de cómo estos asuntos se sacan de contexto, lo que da lugar a medidas de cara a la galería, pero de fuerte coste económico y administrativo. Es el caso de la figura del llamado señor bienestar animal, en los mataderos, o el certificado de competencia para uso doméstico, necesario, por ejemplo, para que un ganadero sacrifique un cordero en su finca para una comida familiar.

Parece que la nueva presidencia checa, menos presionada, ha decidido suavizar la dura propuesta de la Comisión. A principio de este mes han comenzado las discusiones sobre el nuevo reglamento que debe regular el bienestar de los animales en el sacrificio. Se trata de una norma que tendrá efecto directo en toda la cadena productiva cárnica, también en las explotaciones. La actual presidencia europea plantea relajar la presión a los ganaderos cuando sacrifiquen para autoconsumo cerdos, cabras u ovejas. En este supuesto presidencial se desestiman numerosos planteamientos de las organizaciones defensoras de los animales, algo poco habitual hasta la fecha. Por ejemplo, se da carpetazo el intento de recuperar la ya mencionada figura del señor bienestar animal. Si existe una norma, su cumplimiento es responsabilidad de los gestores de las salas de sacrificio y de la administración, el control del mismo, sin necesidad de crear figuras o personajes rozagantes.

Por otro lado, la Comisión Europea va a presentar en pocos meses un informe sobre el etiquetado relativo al bienestar animal. El sector se pregunta si estas identificaciones deberán garantizar los estándares mínimos preceptivos o se establecerá de forma optativa para niveles superiores de compromiso. El primer caso no tiene mucho sentido, ya que no marca ningún carácter diferencial y el cumplimiento generalizado de una norma horizontal no es motivo de etiquetado. Sí tendría más sentido en el caso de parámetros de bienestar superiores a los establecidos. Pero supone un compromiso que al final deriva en importantes costes administrativos. ¿Son necesarios? De la misma manera que la agricultura ecológica ofrece un valor tangible al consumidor y por eso es certificada y etiquetada, en el caso del bienestar es similar, respecto a un intangible. Unos consumidores valoran los alimentos con escasa aplicación de químicos inorgánicos en su proceso productivo. Otros pueden apreciar determinadas normas de cuidado a los animales en la explotación, transporte y sacrificio.

Por el momento se desconoce el planteamiento final de la Comisión. Una opción es el ya mencionado etiquetado obligatorio con requisitos mínimos de bienestar. Sería obligatorio para todos los alimentos obtenidos a partir de animales en la Unión Europea y favorecería el consumo del producto europeo, pero no más. Otra opción es mantener este sistema y permitir sustituirlo por otro, en caso de niveles de compromiso superior. Algo complejo, sobre todo si recordamos que todavía no se sabe interpretar el etiquetado de alimentos tan habituales, como el huevo, los derivados del ibérico, el aceite y así, una larga lista. La tercera opción que se baraja es la clasificación por un sistema de estrellas o similar, de acuerdo con el nivel de parámetros de bienestar y su cumplimiento. Está alternativa parece la más intuitiva y la más sencilla de entender por un consumidor medio, que no está dispuesto a dedicar más tiempo que el imprescindible a descifrar la ya de por sí compleja simbología de una etiqueta europea.

También se ha avanzado en el etiquetado de los alimentos animales, los piensos. Hasta ahora, la protección de las fórmulas ha llevado a una opacidad sobre los componentes que conforman los piensos; traslucidez, en el mejor de los casos. Ahora se ha optado por obligar a la industria a informar sobre su composición, sin necesidad de dar las proporciones exactas. Es una propuesta del Parlamento Europeo, todavía con camino por recorrer. Una decisión que no gusta a la industria, pero justificable desde el punto de vista del consumidor final.

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