viernes, 27 de febrero de 2009

BIOTECNOLOGIA, A PESAR DE TODO


De acuerdo con el informe elaborado por el Instituto Internacional de Adquisición de las Aplicaciones Biotecnológicas, las plantas transgénicas han sido cultivadas en 125 millones de hectáreas en 2008. En su decimotercero año de comercialización, esta superficie se ha visto incrementada en 10,7 millones de hectáreas respecto a 2007, con una incorporación de 1,3 millones de agricultores. En total son 13,3 millones de agricultores en veinticinco países. En la Unión Europea (UE) siete países han sembrado maíz transgénico, la única semilla autorizada en nuestro territorio. Se trata de España, República Checa, Rumania, Portugal, Alemania, Polonia y Eslovaquia. La superficie aumentó en la UE un 21 por ciento en 2008, situándose en 107.719 hectáreas, el 0,08 por ciento del cultivo mundial.

Más allá de la afinidad que uno tenga por este joven pero ya consolidado tipo de semillas, salvo en la UE, estas cifras confirman una tendencia que desde hace años se percibe imparable. No es otra que la consolidación de los nuevos avances tecnológicos en el sector primario y su traslado a la cadena alimentaria, tanto de destino humano como animal.

Pero no se trata de un nuevo modelo productivo, como se resalta en numerosas ocasiones, ya que éste no cambia. Lo que varía es la adaptación de las plantas. Es decir, mejora la calidad de las semillas, su resistencia al clima, a los parásitos, a las enfermedades, etc. Una mejora que repercute directamente en la mayor productividad de las explotaciones y la mejora en los balances de explotación, a pesar del mayor coste de la semilla. En cualquier caso, una opción que no elimina ni condiciona la decisión de optar por semillas no transgénicas, pero que, aun así, se fortalece.

Hay que recordar el apoyo que se ha dado en el G8 a estos cultivos, como una alternativa segura para incrementar la tan necesaria productividad alimentaria. En la UE, la nueva presidencia checa ha manifestado su voluntad de avanzar en este campo e intentar desbloquear los vetos de determinados países. Destaca la emblemática Francia, que defiende a su poderosa y activa industria de semillas, y de paso realiza importantes concesiones al también potente ecologismo. La prohibición de sembrar transgénicos en el país galo, basada en supuestos criterios técnicos, ya fue reprobada por los organismos competentes de la UE, en concreto por la Autoridad Europea de Seguridad de los Alimentos. Ahora ha sido la propia Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de los Alimentos quien ha constatado que la semilla de maíz transgénico autorizada en la UE, la MON810 tiene los mismos niveles de seguridad ambiental y de salud que cualquier otra semilla no transgénica. Poco a poco se van desarmando todos los argumentos seudo técnicos, políticos, que impiden al agricultor europeo beneficiarse de los últimos adelantos tecnológicos, aunque algunos, como Francia, no darán su brazo a torcer. La posibilidad que tiene cada gobierno de acogerse a la cláusula de salvaguardia y prohibir el cultivo de semillas autorizadas, es una baza política muy cuestionable.

Son avances que tampoco perjudican al consumidor, libre de elegir entre alimentos convencionales, ecológicos, con componentes transgénicos, provenientes de sistemas de producción integrada, amparados en marcas de calidad o cualquier otra tipología diferenciada en el etiquetado, incluida la futura etiqueta sobre bienestar animal.

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